Radiochicas
M. y M. veían La marcha de los pingüinos.
La rubia tarada, en pleno ataque de inmundicia, me llamó con el índice.
¿Podés venir?
Cada vez que tocás el asiento con la punta de los zapatos lo hacés retumbar; dejá de hacerlo.
Ok.
¿Qué te dijo?, pregunta M. a M.
No sé, te juro que no sé, responde M.
(Sobre los desbordes de texto al contexto)
Cada pareja tiene sus rituales.
Una fila hacia adelante empezaron los movimientos espasmódicos, las contorsiones en la butaca, el horror, el horror...
Tanto amenazó ella que él se olvidó de mirar cómo se pasaban el huevo los pingüinos y empezó a proteger los suyos. La mierda lo iba a salpicar enseguida.
Los conozco a los dos. Ellos hicieron como que no, pero yo los conozco.
Sé, por ejemplo, que empezaron a noviar porque uno pensaba que el otro era maravilloso cuando nadie más lo creía.
Y resulta que juntos son más desagradables que nunca.
¡Qué pobres!, diría la divina A.
La rubia tarada, en pleno ataque de inmundicia, me llamó con el índice.
¿Podés venir?
Cada vez que tocás el asiento con la punta de los zapatos lo hacés retumbar; dejá de hacerlo.
Ok.
¿Qué te dijo?, pregunta M. a M.
No sé, te juro que no sé, responde M.
(Sobre los desbordes de texto al contexto)
Cada pareja tiene sus rituales.
Una fila hacia adelante empezaron los movimientos espasmódicos, las contorsiones en la butaca, el horror, el horror...
Tanto amenazó ella que él se olvidó de mirar cómo se pasaban el huevo los pingüinos y empezó a proteger los suyos. La mierda lo iba a salpicar enseguida.
Los conozco a los dos. Ellos hicieron como que no, pero yo los conozco.
Sé, por ejemplo, que empezaron a noviar porque uno pensaba que el otro era maravilloso cuando nadie más lo creía.
Y resulta que juntos son más desagradables que nunca.
¡Qué pobres!, diría la divina A.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home