jueves, junio 29, 2006

Al trote

Esta tarde me cagó una paloma, un médico dice que tengo sarna, la encargada de la hemeroteca de la biblioteca nacional está enferma y, descubro, sin sorprenderme, que tengo que rezar por ella si pretendo escribir un informe sobre la revista cultural Pegaso.

Por su parte, V. me asegura que soy una yegua, que no sabe qué hacer con mi egoísmo y, adelantándose a mis típicos argumentos, me propone que me meta las excusas en el orto.

Desde hace unas horas, lo único que espero es el brote de un par de alas como las del caballo. Me pica la espalda, pero debe ser la sarna.

(el antialérgico con nombre de boliche gay no me hizo un carajo)

Qué bien un par de alas. Lo intento. Hago fuerza: las tetas me pesan, el culo alcanza nomás a acompañar el paso cada vez más rápido, corro y corro, levanto vuelo y planeo. Soy Pegaso, pero además recito, canto y grito una balada de Nacho Vegas. Nuevos planes, idénticas estrategias: me estrello contra la M enorme –quizá un café me venga bien para remontar semejante tarde de mierda- y tres minutos más tarde el café inmundo trota conmigo y gotea sobre tres medialunas todavía más desagradables.

S. dice que firmará una autorización que me acredite como investigadora, J. me dejará a mano la cámara digital para robar un par de imágenes a la portada y contraportada de la revista, y yo limpio, dios bendiga los pañuelos descartables, el bostazo que se echó la pajarita sobre mi mochila y campera. Sólo espero tener el pelo limpio. O, al menos, que no hieda.

La vida se parece hoy al track número 6 de Raro. Alguien me garronea la suerte. Sí pero no. Coca lo sintetiza bien, para el desgraciado no hay gloria: el reproductor de MP3 se pone en Low Power y me frustra el deseo casi erótico de aumentar el volumen.

El cacharro se apaga.

(Por el camino un cartel dice algo como: “No me rayes, costó un huevo limpiarme”, en tiza amarilla sobre fondo verde de un puesto de diarios. Obvio. No soy la única desesperada)

Una vez puse pilas en la heladera y las mierdas se recargaron. Espero que no pretenda una explicación reveladora; la anécdota está aquí a modo de preámbulo de cómo terminé ventilando la batería triple a del coso chino a lo largo de varias cuadras de 18 de Julio. Al no esperar nada del experimento, supongo, funcionó.

Con semejante happy ending y la música de Thom Yorke en las orejas, tengo un arrebato raro. Me congela una especie de nostalgia del pasado que me hizo medio feliz de tanta yeta. Y otra vez pienso en el desencanto, y creo que lo que me fascina de la causa de los profetas del fracaso es el mismo esnobismo repugnante que critico tan alegremente en otros. Pero, a falta de voluntarios, quiebro una lanza por mí, porque en definitiva mi adhesión espontánea a los loosers se debe a una preocupación ontológica. Rebuscada, al pedo, pero mía. Quiero entender este desconsuelo. Nada más.